martes, 27 de diciembre de 2011

La estancia doble (Charles Baudelaire)

Una estancia parecida a una divagación, una estancia verdaderamente espiritual, de atmósfera quieta y teñida levemente de rosa y azul.
Toma en ella el alma un baño de pereza aromado de pesar y de deseo. Es algo crepuscular, azulado, róseo; un ensueño de placer durante un eclipse.
Tienen los muebles formas alargadas, postradas, languidecentes. Tienen los muebles aire de soñar; creeríaselos dotados de vida sonambulesca, como vegetales y minerales. Hablan las telas una lengua muda, como las flores, como los cielos, como las puestas de Sol.
Ninguna abominación artística en las paredes. En relación con el sueño puro, con la impresión no analizada, el arte definido, el arte positivo, es blasfemia. Aquí todo tiene la suficiente claridad, la deliciosa obscuridad de la armonía.
Un olor infinitesimal, exquisitamente elegido, al que se mezcla una levísima humedad,
nada en la atmósfera, donde mecen al espíritu adormilado sensaciones de invernadero.
Llueve abundante muselina delante de las ventanas y delante del lecho; derramase en cascadas nivosas. En el lecho está acostado el Ídolo, la soberana de los ensueños. Pero ¿cómo está aquí? ¿Quién la trajo? ¿Qué virtud mágica la instaló en este trono de ensueño y de placer?
¿Qué importa? ¡Ahí está! La reconozco.
Esos son los ojos cuya llama atraviesa el crepúsculo, miras sutiles y tremendas que reconozco en su malicia espantosa. Atraen, subyugan, devoran las miradas del imprudente que las contempla. A menudo estudió esas estrellas negras que imponen curiosidad y admiración.
¿A qué demonio benévolo debo hallarme así, rodeado de misterio, de silencio, de paz y de perfumes? ¡Oh beatitud! Lo que solemos llamar vida, aun en su más dichosa expansión, nada tiene de común con la vida suprema, que ahora conozco y saboreo de minuto en minuto, de segundo en segundo.
¡No! ¡Ya no hay minutos, ya no hay segundos! Desapareció el tiempo; reina la Eternidad, una eternidad de delicias.
Pero un golpe terrible, pesado, resonó en la puerta, y, como en sueños infernales, me ha parecido recibir un golpe de azadón en el estómago.
Luego ha entrado un espectro. Es un alguacil que viene a torturarme en nombre de la ley, una infame concubina que viene a dar gritos de miseria y a echar las liviandades de su existencia sobre los dolores de la mía, o el ordenanza de un director de periódico que viene a pedir más original.
La estancia paradisíaca, el ídolo, la soberana de los ensueños, la Sílfide, como decía Renato el grande, toda aquella magia desapareció al golpe brutal del espectro.
¡Horror! ¡Ya recuerdo!, ¡ya recuerdo! ¡Sí! Este desván, esta morada del Eterno hastío, es la mía. ¡Estos son los muebles necios, polvorientos, descantillados; la chimenea sin llama y sin ascua, mancillada por los escupitajos; las tristes ventanas llenas de polvo en que trazó surcos la lluvia; los manuscritos llenos de tachones, sin concluir; el calendario en que el lápiz marcó las fechas siniestras!
Y este perfume de otro mundo, del que me embriagué con sensibilidad perfeccionada, ¡ay!, reemplazado está por un fétido olor a tabaco, mezclado con no sé que nauseabundo moho. Aquí se respira ahora lo rancio de la desolación.
En este mundo estrecho, pero tan henchido de repugnancia, sólo un objeto conocido me sonríe: la ampolla de láudano, vieja y terrible amiga, como todas las amigas; ¡ay!, fecunda en caricias y traiciones.
¡Ah, sí! El tiempo reapareció; el tiempo reina ya como soberano; y con el horrible viejo volvió todo su acompañamiento de recuerdos, pesares, espasmos, miedos, angustias, pesadillas, cóleras y neurosis.
Os aseguro que ahora los segundos están acentuados fuerte y solemnemente; que cada uno al saltar del reloj dice: «¡Soy la Vida, la insoportable, la implacable Vida!»
No hay más que un segundo en la vida humana que tenga por misión el anuncio de una buena nueva, la buena nueva que a todos los causa inexplicable miedo.
¡Sí!, el Tiempo reina; ha recobrado la dictadura brutal. Me azuza como a un buey, con su doble aguijón: «¡Arre, borrico! ¡Suda, esclavo! ¡Vive condenado!»


[Charles Baudelaire, en Poemas en prosa]

lunes, 22 de agosto de 2011

LA AMORTIGUADA*


*Henri Michaux


Amortiguada, se palpa el pulso de las cosas; en ellas se ronca; se tiene todo el tiempo; tranquilamente, toda la vida. Se sorben los sonidos, se les sorbe tranquilamente; toda la vida. Se vive en el zapato. Se hace la limpieza en él. Ya no es necesario apretujarse. Se tiene todo el tiempo. Se degusta. Se ríe para dentro. Ya no se cree que se sepa. Ya no es necesario contar Se es feliz bebiendo; se es feliz no bebiendo. Se es, se tiene tiempo. Se es la amortiguada. Se ha salido de las corrientes de aire. Se tiene la sonrisa del chanclo. Ya no se está cansada. Ya no se está afectada. Se tienen rodillas en la punta de los pies. Ya no se siente vergüenza bajo la campana. Una ha vendido los montes. Ha puesto su huevo, ha depuesto sus nervios.
Alguien habla. Alguien ya no está cansado. Alguien ya no escucha. Alguien ya no necesita ayuda. Alguien ya no está tenso. Alguien ya no espera. El uno grita. El otro obstáculo. Alguien circula, duerme, cose, ¿eres tú Lorellou?

No puede más, no participa en nada, alguien.
Algo constriñe a alguien.

Sol, o luna, o bosques, o bien rebaños, multitudes o ciudades, a alguien no le gustan sus compañeros de viaje. No ha elegido, no reconoce, no degusta.

Princesa de marea baja ha entregado sus zarpas; ya no tiene valor para comprender; ya no tiene ánimo para tener razón.

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miércoles, 2 de febrero de 2011

love is thorough


[www.alexgrey.com]


«E penso: talves nunca vivesses nem estudasses nem amasses nem cresses
(Porque é possível fazer a realidade de tudo isso sem fazer nada disso);
Talvez tenhas existido apenas, como um lagarto a quem cortam o rabo
E que é rabo para aquém do lagarto remexidamente.»
[Fernando Pessoa, en “La Tabaquería”]


«Ce fut un moment, un éternel moment, comme la voix de l'homme et sa santé étouffe sans effort les gémissements des microbes affamés, ce fut un moment, et tous les autres moments s'y enfournèrent, s'y envaginèrent, l'un après l'autre, au fur au mesure qu'ils arrivaient, sans fin, sans fin, et je fus roulé dedans, de plus en plus enfoui, sans fin, sans fin.»
[Henri Michaux, en “Mi vida se detuvo”]


sábado, 18 de diciembre de 2010

Orillas


Afuera ladra un perro


a una sombra, a su eco
o a la luna
para hacer menos cruel la distancia.


Siempre es para huir que cerramos
una puerta,
es desierto la desnudez que no es promesa


la lejanía
de estar cerca sin tocarse
como bordes de la misma herida.


Adentro no cabe adentro,


no son mis ojos
los que pueden mirarme a los ojos,
son siempre los labios de otro
los que me anuncian mi nombre.



Hugo Mujica



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jueves, 9 de diciembre de 2010

símil

"Muchos se quejaban de que los sabios se expresaban siempre mediante símiles, inservibles para la vida cotidiana, que es la única que tenemos. Cuando el sabio dice: «Ve al otro lado», no quiere decir que tenga uno que cambiar de acera, lo cual, al fin y al cabo, se podría conseguir si el resultado valiera la pena, sino que se refiere a no se sabe qué legendario otro lado, algo que no conocemos, que él mismo no puede precisar y que, por lo tanto, no puede sernos de mucha utilidad. Todos esos símiles solo quieren decir, en realidad, que lo incomprensible es incomprensible, y eso ya lo sabíamos. Pero los asuntos a los que nos enfrentamos cada día son otra cosa muy distinta.

A esto replicó uno: ¿Por qué os resistís? Si hiciera caso a los símiles, os convertirías en símiles vosotros también, y con ello os libraríais de las fatigas cotidianas.

Otro dijo: Apuesto a que eso también es un símil.

Dijo el primero: Has ganado.

Dijo el segundo: Pero por desgracia solo en el símil.

Dijo el primero: No, en la realidad; en el símil has perdido."


[Kafka, Fragmentos póstumos. (1922)]


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sábado, 6 de noviembre de 2010

dos cosas son solamente necesarias (*)

" De este modo, nos ubiquemos en lo bajo o en lo alto de la serie de los animales, encontramos siempre que la vida animal consiste: 1º en procurarse una provisión de energía, 2º en gastarla, por la mediación de una materia tan flexible como fuera posible, en direcciones variables e imprevistas.
Ahora bien, ¿de dónde viene la energía? Del animal ingerido, pues el alimento es una especie de explosivo, que sólo espera una chispa para descargar la energía que almacena. ¿Qué ha fabricado este explosivo? El alimento puede ser la carne de un animal que se habrá nutrido de animales, y así sucesivamente; pero a fin de cuentas, es en el vegetal que se desembocará. Sólo él recoge realmente la energía solar. Los animales no hacen más que tomarla, directamente, o pasándosela unos a otros. ¿Cómo ha almacenado la planta esta energía? Por la función clorofílica sobre todo, es decir por un quimismo sui generis cuya clave nosotros no tenemos, y que probablemente no se asemeja al de nuestros laboratorios. La operación consiste en servirse de la energía solar para fijar el carbono del ácido carbónico, y por tanto, para almacenar esta energía como se almacenaría la de un cargador de agua que la empleara para llenar un depósito elevado: una vez ascendida el agua podrá poner en movimiento, como se quiera y cuando se quiera, un molino o una turbina. Cada átomo de carbono fijado representa algo así como la elevación de ese peso de agua, o como la tensión de un hilo elástico que habría unido al carbono al oxígeno en el ácido carbónico. El elástico se distenderá, el peso caerá, la energía puesta en reserva al fin se recuperará el día en que, por una simple activación, se permita al carbono ir a reunirse con su oxígeno.
De tal manera que la vida, animal y vegetal, aparece por entera, en lo que tiene de esencial, como un esfuerzo para acumular energía y para soltarla después dentro de canales flexibles, deformables, en cuyos extremos cumplirá trabajos infinitamente variados. Esto es lo que el
impulso vital, que atraviesa la materia, quisiera obtener de una vez. Lo lograría, sin duda, si su potencia fuera ilimitada o si pudiera llegarle alguna ayuda de afuera. Pero el impulso es finito, y ha sido dado de una vez por todas. No puede superar todos los obstáculos. El movimiento que imprime es en unos casos desviado, en otros dividido, siempre contrariado, y la evolución del mundo organizado no es más que el despliegue de esta lucha. La primera gran escisión que debió efectuarse fue la de los dos reinos vegetal y animal, que resultan así ser complemetarios uno del otro, sin que haya sido establecido no obstante un acuerdo entre ellos. No es para el animal que la planta acumula energía, es para su propio consumo; pero su gasto es menos discontinuo, menos concentrado y, por consiguiente, menos eficaz de lo que exigía el impulso inicial de la vida, esencialmente inclinado hacia los actos libres: el mismo organismo no podía sostener con igual fuerza los dos roles a la vez, acumular gradualmente y utilizar bruscamente. Debido a eso, por sí mismos, sin ninguna intervención exterior, por el sólo efecto de la dualidad de tendencia implicada en el mpulso original y de la resistencia opuesta por la materia a dicho impulso, algunos organismos se sostendrán en la primera dirección, otros en la segunda. A este desdoblamiento se sucederán muchos otros. De allí las líneas divergentes de evolución, al menos en lo que poseen de esencial. Pero hace falta tener en cuenta regresiones, detenciones, accidentes de todo tipo. Y es preciso recordar, sobre todo, que cada especie se comporta como si el movimiento general de la vida se detuviera en ella misma en lugar de atravesarla. Ella no piensa más que en sí, no vive más que para sí. De allí las luchas sin número cuyo teatro es la naturaleza. De allí una desarmonía sorprendente y chocante, pero de la que no debemos hacer responsable al principio mismo de la vida.
Así pues, en la evolución la parte de la contingencia es grande. Contingentes son, con la mayor frecuencia, las formas adoptadas, o más bien inventadas. Contingente, relativa a los obstáculos entontrados en tal lugar, en tal momento, es la disociación de la tendencia primordial en tales o cuales tendencias complementarias que crean líneas divergentes de evolución. Contingentes las detenciones y los retrocesos; contingentes, en una amplia medida, las adaptaciones. Dos cosas son solamente necesarias: 1º una acumulación gradual de energía, 2º una canalización elástica de esta energía en direcciones variables e indeterminables, al extremo de las cuales están los actos libres."

* [Bergson. La evolución creadora. (ed cactus pp. 259/261)]
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jueves, 12 de agosto de 2010

el arte de combinar o combinatorio no es culpa mía (*)

Todo lo que antecede a olvidar. No puedo mucho a la vez.
No la veo pero la oigo allá detrás de mí. Es decir el silencio.
A veces rehúsa. Cuando rehúsa yo sigo. Demasiado silencio no puedo.


Un día me dijo que le dejara. Es el verbo que empleó.
No sé si al decir eso se refería a abandonarle o a separarme de su lado un instante. No me hice la pregunta. Nunca me hice otras preguntas que las suyas. Fuera lo que fuera me largué sin volver la cabeza. Alejada del alcance de su voz estaba fuera de su vida.

Hacía todo lo que él deseaba. Yo también lo deseaba. No tenía más que decir qué cosa.
Yo no tenía más deseos que los que él manifestaba.

Nuestro encuentro. A pesar de estar ya muy encorvado a mí me parecía un gigante. Al final su torso era paralelo a la tierra. Para contrarestar esta anomalía separaba las piernas y doblaba sus rodillas. Sus pies cada vez más planos se volvían hacia afuera. Su horizonte se limitaba al mismo suelo que pisaba.
Yo no tenía más que incorporarme para sobprepasarle por tres cabezas y media. Un día se detuvo y me explicó buscando las palabras que la anatomía es un todo.

No era hablador. Una media de cien palabras por día y noche. Escalonadas. No más de un millón en total. Muchas repetidas. Eyaculaciones. Para rozar apenas la materia.

Todo lo que conozco me viene de él. Esto no lo voy a repetir cada vez que salga a relucir alguno de mis conocimientos.
El arte de combinar o combinatorio no es culpa mía. Es un castigo del cielo.

Otros ejemplos importantes se manifiestan en el espíritu.
Comunicación continua inmediata con salida inmediata. Lo mismo con salida retardada.
Comunicación continua retardada con salida inmediata. Lo mismo con salida retardada.
Comunicación discontinua inmediata con salida inmediata. Lo mismo con salida retardada.
Comunicacion discontinua retardada con salida inmediata. Lo mismo con salida retardada.

Para evitarle tener que decir la misma cosa dos veces debía inclinarme profundamente. Se paraba y esperaba a que yo adoptara la postura. En cuanto veía por el rabillo del ojo que mi cabeza estaba al lado de la suya empezaba sus murmullos. Nueve de cada diez veces no me concernían.

O sea que se paró y esperó que mi cabeza llegara antes de decirme que lo dejara. Desenlacé prontamente mi mano y me largué sin mirar atrás. Dos pasos y ya él me había perdido para siempre. Nos habíamos escindido si eso era lo que quería.

Sigo viendo el lugar a un paso de la cima. Dos pasos adelante y ya estaba bajando por la otra vertiente. Volviéndome no lo hubiera visto.

A él le gustaba trepar y por tanto a mí también. Exigía las pendientes más inclinadas. Su cuerpo humano se descomponía en dos segmentos iguales. Eso gracías a la flexión de las rodillas que disminuía el inferior. En una cuesta del cincuenta por ciento su cabeza rozaba el suelo.

A veces se detenía sin decir nada. No sé si porque finalmente no tenía nada que decir o porque aún teniendo algo que decir finalmente renunciaba. Como siempre yo me inclinaba para que él no tuviera que repetir y así nos quedábamos. Doblados por la cintura las cabezas pegadas, mudos, las manos enlazadas. Mientras que a nuestro alrededor los minutos se sumaban a los minutos. Tarde o temprano su pie se separaba de las flores y nos poníamos en marcha.

Si se me hiciera la pregunta en los términos adecuados diría que sí en efecto el fin de este largo paseo fue mi vida.
Veo las flores a mis pies y son las otras las que veo. Aquéllas que hollábamos al paso. Son por otra parte las mismas.

Postura de descanso. Plegados en tres encajados uno en otro. Segundo ángulo recto en las rodillas. Yo en el interior. Cuando mostraba deseo cambiábamos de flanco como un solo hombre. Lo noto de noche contra mí en toda su retorcida largura. Mas que de dormir se trataba de tumbarse.

Vivíamos de flores. Eso en cuanto al sustento.
Se paraba y sin necesidad de inclinarse cogía un puñado de corolas. Luego volvía a ponerse en marcha masticando. En general ejercían una acción calmante.
Estábamos totalmente calmados en general. Cada vez más. Todo lo estaba.
Este concepto de calma me viene de él. Sin él yo no lo tendría.

En los años que siguieron no excluí la posibilidad de volver a encontrarlo. En el mismo lugar donde lo dejé o en otro. O de oir que me llamaba. Pero no contaba demasiado con ello. Porque yo apenas levantaba los ojos de las flores. Y él ya no tenía voz.

Voy ahora a borrarlo todo menos las flores.

La noche. Larga como el día en este equivocado sin fin. Cae y continuamos.
Antes del alba ya nos hemos ido.



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(*) hecho con pedacitos de "Basta" (Beckett)