jueves, 31 de diciembre de 2009

El asunto

«A decir verdad, el asunto no me interesa particularmente. Tumbado en un rincón, observo lo poco que puede verse desde ese puesto y escucho, siempre y cuando entienda lo que me dice; por lo demás, llevo meses en un estado de sopor, esperando la noche. Todo lo contrario que mi compañero de celda, un hombre implacable, un antiguo capitán.
[...]
no le cabe la menor duda de que será salvado con independencia de su voluntad, será salvado por el mero peso triunfal de su personalidad, pero ¿debe desearlo? Su deseo o su no-deseo no alterará nada, se salvará, pero queda la pregunta de si, además, debe desearlo. Permanece ocupado en esta cuestión tan remota en apariencia, la estudia punto por punto, me la expone, la discutimos. De la salvación en sí no hablamos. Para la salvación le basta, por lo visto, con el maratillito que consiguió quién sabe cómo, un martillito utilizado para clavar chinchetas en un tablero de dibujo, que no sirve para más, si bien él tampoco le pide nada, sólo su posesión le fascina.
[...]
Es consciente de que no arrancará ningún trocito de pared con este martillo, ni lo desea, de hecho, sino que se limita a rozar de vez en cuando, ligeramente, los muros con la herramienta, como si esta le sirviera para marcar el compás que ponga en movimiento la gran maquinaria de la salvación que se encuentra a la espera. No será exactamente así, la salvación se iniciará en su momento al margen del martillo, pero de todos modos es algo: algo palpable, una garantía, algo que puede besarse, como nunca se podrá besar la salvación en sí.

Podemos afirmar, desde luego, que el capitán enloqueció debido al cautiverio. Su órbita mental ha quedado tan limitada que ya apenas tiene cabida para un pensamento.»

[Kafka, 'A decir verdad, el asunto... (1920)',
en El silencio de las sirenas. Escritos y fragmentos póstumos]