El pensamiento está «naturalmente» en estado de torpor.
Sinsentidos, comentarios sin interés ni importancia, banalidades juzgadas dignas de señalar, confusiones de "puntos" ordinarios con puntos singulares, problemas mal planteados o desviados de su sentido, son lo peor y lo más frecuente.
El pensamiento se mide con un enemigo más temible que lo falso: el sinsentido. No piensa más que bajo la condición de un encuentro. No piensa mientras nada lo fuerze.
El psiquismo no puede resolverse sólo en el nivel del ser individuado. El ser individual solo, cuestionándose él mismo, no puede ir más allá de los límites de la angustia, operación sin acción, emoción permanente que no llega a resolver la afectividad,
experiencia por la cual el ser individuado explora sus dimensiones de ser sin poder superarlas.
Toda vida se rebasa a sí misma (es decir, posee un plus que excede a su forma).
Este viviente que es a la vez más y menos que la unidad contiene una problemática interior y puede entrar como elemento en una problemática más vasta que su propio ser. La afectividad y la emotividad constituyen la resonancia del ser en relación consigo mismo, vinculan el ser individuado a la realidad preindividual que está asociada a él. Es su devenir una individuación permanente o más bien una sucesión de accesos de individuación.
El psiquismo es prosecución de la individuación vital en un ser que, para resolver su propia problemática, está obligado a intervenir él mismo como elemento del problema a través de su acción, como sujeto. Es el fundamento de la participación en una individuación más vasta, la de lo colectivo.
El ser psíquico no puede resolver su propia problemática en sí mismo; su carga de realidad preindividual -al mismo tiempo que él se individúa como ser psíquico que supera los límites de lo viviente individuado e incorpora lo viviente en un sistema del mundo y del sujeto- permite la participación bajo forma de condición de individuación de lo colectivo.
El ser individuado no es todo el ser ni el ser primero.
En lugar de captar la individuación a partir del ser individuado, es preciso captar el ser individuado a partir de la individuación, y la individuación, a partir del ser preindividual.
El ser no posee una unidad de identidad. El ser posee una unidad transductiva;
es decir, puede desfasarse en relación consigo mismo, desbordarse él mismo por un lado y otro de su centro.
La vida [es] constante devenir e inquietud (más-vida), que a la vez no cesa de producir algo que se le vuelve en contra, se le opone, se le enfrenta (más-que-vida).
La vida creadora produce formas que chocan con lo más hondo de la dinámica de la vida, justamente con su imposibilidad de detenerse en un punto.
La constitucional desplazabilidad y desplazamiento de nuestros límites hace que nosotros podamos expresar nuestra esencia con la paradoja: tenemos un límite en cualquier dirección y no tenemos límite en ninguna dirección.
La vida individual se mantiene inseparable de las determinaciones empíricas. Lo indefinido como tal no marca una indeterminación empírica, sino una determinación de inmanencia o una determinabilidad trascendental.
Los dos atributos -que la frontera es absoluta, en tanto su existencia es solidaria con nuestra posición dada en el mundo, y que, sin embargo ningún límite es absoluto, porque por principio cada uno de ellos puede modificarse, rebasarse, ensancharse-, estos dos atributos se presentan como la descomposición del acto vital en sí unitario.
El acto unitario de la vida abarca el estar-limitada y el rebasar el límite, siendo indiferente que eso, concebido precisamente como unidad, parezca implicar una contradicción lógica.
"El hombre es algo que ha de ser superado". También esto es una contradicción si se considera lógicamente: el que se supera a sí mismo es, sí, el superador, pero también el superado. El yo sucumbe, pues, al vencer y vence al sucumbir.
"Yo soy otro". Al otro lo llevamos en nosotros mismos, no a la manera de un doble, de un hermano, de un ángel de la guarda o de un alma, sino como anarquía, como totalidad indeterminada del ser, como reserva de ser, como ilimitado dentro de los límites.
Un ilimitado dentro de los límites que autoriza a los seres humanos a abrirse a todos los posibles de que lo real es portador, a descubrir, al asociarse con otros, el poder que portan en sí y así permitir la expresión emancipada de la totalidad de lo que es.
Lo exterior es, bien que a través de un vasto e insólito rodeo, una forma de lo interior.
El afuera invocado no tiene nada que ver con un mundo exterior, «un afuera más lejano que cualquier mundo exterior», un «afuera no exterior».
La inmanencia absoluta es ella misma y sólo ella misma. No está en ninguna cosa ni pertenece a ninguna cosa. No responde a nada distinto que a sí misma. Pura inmanencia neutra.
Sólo contiene virtuales. Está hecha de virtualidades, de acontecimientos, de singularidades.
Lo que llamamos virtual no es algo que carece de realidad sino algo que se compromete en un proceso de actualización siguiendo un plano que le da su realidad propia
La operación transductiva es una individuación en progreso. Operación por la cual una actividad se propaga poco a poco en el interior de un dominio, de modo que una modificación se extiende así progresivamente al mismo tiempo que dicha operación estructurante.
Extrae la estructura resolutoria de las tensiones mismas de dicho dominio.
Aquello por lo que una estructura aparece en un dominio de problemática aportando la resolución de los problemas planteados.
Las singularidades o los acontecimientos constitutivos de una vida coexisten con los accidentes de la vida correspondiente pero no se agrupan ni se dividen de la misma manera.
El propio plano de inmanencia se actualiza en un sujeto y un objeto a los cuales se atribuye
La conciencia, el darse cuenta de eso, depende de que la vida, haciéndose abstracta, avanzando más allá, ensanche el límite o pase por encima de él, comprobando así que es límite. Y, no obstante la vida se atiene a este límite, se mantiene aquende él, en el mismo acto va más allá de él, viéndolo a la vez desde dentro y desde fuera.
La relación del campo trascendental con la conciencia es solamente de derecho.
La conciencia sólo se convierte en un hecho cuando se produce al mismo tiempo un sujeto y un objeto.
Ella no se expresa en efecto sino reflejándose sobre un sujeto que la remite a objetos
Es por esto por lo que el campo trascendental no puede ser definido por su conciencia, la cual sin embargo le es coextensiva aunque sustraída a toda revelación.
El criterio no es la adecuación a datos o a un estado de cosas externo, sino la efectividad de un acto de pensar que introduce en lo dado una jerarquía. Un problema, en tanto creación de pensamiento, lleva en sí su necesidad.
Un problema es verdadero o necesario, o más bien un problema emerge verdaderamente cuando el pensamiento que lo plantea está siendo forzado, cuando sufre el efecto de una violencia exterior, cuando entra en contacto con un afuera.
La especificidad de la existencia humana reside justamente en su capacidad para abrirse al otro, a lo que no es ella (…) para abrirse hacia lo externo que porta consigo, a la potencia polimorfa de la naturaleza o del ser y así poder crear constantemente nuevas formas de individuaciones o de subjetividades.
Hay ciertos contenidos del mundo (sin que de antemano haya que entender precisamente por mundo sólo el mundo real: antes bien, considerando como mundo la fórmula absolutamente universal de la cual la "realidad" es una determinación especial) que, por ejemplo, dentro del arte, tienen sentido cabal y por su lógica especial son coherentes en sí y con otros, sin que puedan existir bajo la categoría de realidad; en principio, y tal vez para un espíritu más elevado o organizado de otro modo, también esos contenidos pertenecerían al mundo "real".
La realidad no es una cosa absoluta frente a la cual todos los demás mundos sean cosa relativa, contingente, subjetiva, sino que todos ellos se hallan ontológicamente en el mismo nivel -tanto si se declara que en conjunto ese nivel es objetivo como si se declara que es históricamente subjetivo-.
El organismo corporal constituye el sector de una finalidad prepotente.
Cuanto más exactamente un ser animal se halla reducido a la expansión directa de su corporalidad, es decir, cuanto menor es su radio de acción, tanto más absolutamente está condicionado por el finalismo.
El hombre ha llegado a una fase de existencia que está por encima de la finalidad.
El hombre es un ser demasiado poliédrico para mantenerse en el mundo de un modo tan rectilíneamente teleológico como las plantas.
El sujeto se dilata dolorosamente al perder su interioridad; está aquí y allá, despegado del aquí por un allá universal; asume todo el espacio y todo el tiempo, se vuelve coextensivo al ser, se espacializa, se temporaliza, se vuelve mundo incoordinado. Esa inmensa hinchazón del ser, esa dilatación sin límites que arrasa con cualquier refugio y con cualquier interioridad, traducen la fusión al interior del ser, entre la carga de naturaleza asociada al ser individual y su individualidad (…) lo individual es invadido por lo preindividual, todas las estructuras son atacadas, las funciones animadas por una fuerza nueva que las vuelve incoherentes.
Para que un nuevo nacimiento sea posible, es preciso que la disolución de las viejas estructuras y la reducción potencial de las viejas funciones sean completas, lo que es una aceptación del aniquilamiento del ser individuado.
El ser individual huye, deserta. Y, sin embargo, en esta deserción subyace una especie de instinto de ir a recomponerse a otra parte y de otro modo, reincorporando al mundo, a los efectos de que todo pueda ser vivido.
Toda vivencia singular es tanto algo necesario, como algo accidental.
Toda vivencia lleva en realidad una sombra de lo que condensado y con perfiles claros constituye la aventura.
La aventura es un enclave del contexto de la vida, algo arrancado de éste, cuyo principio y final carecen de vinculación con la corriente en alguna medida homogénea de la existencia, al tiempo que, no obstante, como saltando por encima de esa corriente y sin necesitar de su mediación, se conecta con los instintos más secretos y con una intención última de la vida, distinguiéndose así del episodio meramente casual que nos «sucede» de un modo puramente externo.
Responde esto a su centrarse en un sentido que existe para sí. [Su] comienzo y final vienen determinados por sus propias fuerzas configuradoras.
Lo que hace de una simple vivencia una aventura es la radicalidad que se siente como tensión de la vida misma, como exponente del proceso vital, con independencia de su materia y de sus diferencias; que el volumen de estas tensiones sea lo bastante grande como para hacer que la vida se remonte más allá de esa materia. Se trata, sin duda, sólo de un fragmento de la existencia al lado de otros, pero perteneciente a esa clase de formas que, más allá de su mera participación en la vida y de toda la accidentalidad en cuanto a su contenido particular, poseen la fuerza misteriosa de hacernos sentir por un momento la vida entera como su cumplimiento y su apoyo, como si no tuviese otro objeto que su realización.
Una vivencia de tonalidad incomparable. Una exacerbación sin miramientos, por llamarlo de algún modo, de la vivencia única como tal.
Un envolvimiento peculiar de lo accidental-exterior por lo necesario-interior. Arrancar el puro azar exterior de su necesidad interna agregando aquél a ésta.
Nuestra vida está penetrada de un extremo a otro por las tensiones que caracterizan la aventura. Sólo cuando éstas se hacen tan poderosas que dominan la materia en cuyo seno se desenvuelven, se produce la «aventura».
Este sentimiento puede reducirse hasta lo imperceptible, pero se halla latente en toda vi¬vencia y se abre paso, en ocasiones, para sorpresa nuestra.
La continuidad de los fenómenos no constituye una contradicción con respecto a la rotación directa de su sentido, sino que precisamente en la unión de ambos se expresa la estructura de la relación
Todo el proceso estriba en moldear una materia determinada en formas determinadas
y toda la diferencia gira en torno de la cuestión de qué ha de ser medio y qué ha de ser valor final,
o sea, que es principalmente una diferencia puramente interna
que sólo se expresa en el hecho de que las formas pasen de lo contingente, fragmentario y enmarañado
a lo dominante, completo y terminado.
La diferencia esencial está en la intención: que esas formaciones se ofrezcan como medios a la materia de la vida y a su inmensa corriente, o que, por el contrario, a título de valores autónomos conduzcan hacia sí esa materia plasmándola así en productos definitivos; precisamente por esta razón la diferencia entre la vida real y el arte es por su sentido una diferencia absolutamente radical.
En la aventura mantenemos una relación inorgánica con el mundo.
El sujeto persiste, pero no sabe dónde. El sujeto del devenir es llamado larvario por ser indecidible y problemático.
Ahora bien, ¿cómo puede ser vivida esa coexistencia si no hay más sujeto que el individuado? ¿Cuál es, en otros términos, la consistencia de ese «sujeto larvario»?
La respuesta está en la noción de cristal de tiempo, que describe la naturaleza de lo distinto-indiscernible.
No hay criterio menos «subjetivo», pese a las apariencias, puesto que el afecto implica precisamente la quiebra de la interioridad constituida, y no pronuncia su veredicto sino sobre una franja inasignable donde las personas ya no se reconocen; tampoco lo hay menos arbitrario, una vez dicho que la necesidad se conquista en la dura prueba del afuera.
En cualquiera de las distintas representaciones reales en que nos detengamos, sentimos que ninguna de las fuerzas de tensión o procesos de profundidad que surgen con ella o hacia ella se expresa o vive totalmente; de ellas queda siempre una parte que nos produce, o por lo menos puede producirnos siempre, la impresión de lo no-configurado, ilimitado de nuestros momentos finitos.
Ni uno solo de los contenidos que ascendieron a lo formulable de la conciencia acoge totalmente en sí el proceso anímico; cada uno deja tras de sí un resto de vida que, por decirlo así, llama a la puerta cerrada por aquél.
De este trascender del proceso de la vida más allá de cada uno de los contenidos indicables nace la impresión general de una infinitud del alma, que no quiere compadecerse con su mortalidad.
Quizás nuestra delgada realidad crezca desde la impresión de esas incalculables fuerzas de tensión y direcciones potenciales y dotada del presagio de una infinitud intensiva que se proyecta como inmortalidad en la dimensión del tiempo.
El presente de la vida consiste en trascender el presente.
Cada instante de la vida, cada comportamiento y obrar es toda la vida.
Puesto que en el momento de suceder [de cada acto vital]… esa vida individual tiene en sí todas las consecuencias de su pasado, todas las fuerzas de tensión del futuro. De ahí que ese instante psíquico sea realmente toda la vida.
El tiempo no está en la realidad, y la realidad no es tiempo. Pero sólo reconocemos el imperio de esta paradoja para el objeto considerado lógicamente. La vida subjetivamente vivida no se allana a ella: se siente, haciendo caso omiso de la autorización lógica, como real en extensión temporal.
El tiempo es la forma de conciencia -tal vez abstracta- de aquello que es la vida misma en concreción indecible, directa, que sólo puede vivirse; es la vida prescindiendo de sus contenidos, porque sólo la vida trasciende en ambas direcciones el punto del presente, ajeno al tiempo, de toda otra realidad, con lo cual realiza por vez primera, y exclusivamente ella, la extensión del tiempo, es decir, el tiempo.
La verdad es el afecto (sensación/sentido), en tanto puesta en perspectiva de posibilidades de existencia heterogéneas. Ella es el surgimiento de la distancia en la existencia, de la divergencia en el mundo. La verdad es diferencia ética, evaluación de modos de existencia inmanentes en su síntesis disyuntiva.
No hay varias verdades sino una verdad ella misma múltiple y diferenciada. La verdad es la dura prueba de la diferencia ética, donde la vida «no se divide sin cambiar de naturaleza» en cada nueva distancia recorrida, en cada nueva perspectiva conquistada.
Los contenidos espirituales que fomentan el desenvolvimiento de la vida son calificados por nosotros de verdaderos, y de falsos los que destruyen o entorpecen la vida.
Interprétesela como se quiera, la verdad es algo independiente de la vida, y ésta sólo virtualmente está pronta a apropiársela.
Virtual no se opone aquí a real, sino a actual. Es preciso, en efecto, que la coexistencia virtual sea plenamente real puesto que ella condiciona el afecto, que es la consistencia misma de lo existente.
El afecto no puede ser experimentado sino por un sujeto, pero esto de ningún modo implica que sea personal o que sea el suyo de cabo a rabo. Por el contrario, el sujeto lo experimenta en una deportación de sí que no lo deja tal como era antes.
El sujeto es efecto y no causa. No tiene más que las identidades concluidas de sus devenires, multiplicidad indecisa y abierta que no cesa de desplazar su centro difiriendo consigo misma.
La diferencia ética es tributaria de una evaluación inmanente: la emergencia del valor no es separable de una experiencia, se confunde con una experiencia.
Más allá de la alternativa de la trascendencia y el caos, pero sobre la base de un criterio inmanente, inherente a la experiencia misma, que no da la razón ni a la moral ni al nihilismo: la intensidad afectiva, la diferencia sentida de por lo menos dos sistemas de intensidades afectivas.
Contra es escepticismo radical o nihilismo teórico, para lo cual toda pretendida verdad es de antemano mera ilusión. Ningún hombre podría vivir siquiera un solo día si todas sus representaciones de los objetos fueran falsas; creemos que no es necesario demostrarlo. Y, sin embargo, vivimos. Por lo tanto, es imposible que siempre nos equivoquemos: es necesario que por lo menos poseamos tanta verdad como se requiera para compensar hasta la posibilidad de vivir los errores que se produzcan. En consecuencia, el contenido de semejante verdad depende de lo que en cada momento la vida quiera del mundo.
En todo hombre dormitan innumerables posibilidades de llegar a ser otro de lo que realmente llegó a ser. El mismo niño, educado en la Atenas de Pericles, en la Nuremberg medieval o en el París moderno, aún sin modificarse en "carácter", habría producido tres fenómenos completamente dispares. Naturalmente, no es posible que todos lleguemos a serlo todo; la medida e índole de nuestras fuerzas nos supeditan a líneas infranqueables; pero dentro de éstas cada cual tiene posibilidades absolutamente infinitas.
De ese número inmenso de líneas de potencial configuración de la vida nunca se realiza más que una; nos transformamos en nosotros mismos en un reino de sombras de irredentas posibilidades de nosotros mismos, y aun sin concedérseles la palabra, no puede decirse que no sean nada.
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Trastienda:
Todo el texto se compone de citas "textuales". No se indican en todos los casos los saltos -"(…)"- entre distintas partes de los textos originales.
Se han hecho algunas modificaciones en la puntuación, para darle coherencia y cohesión el producto final.
Las negritas son mías.
- Francois Zourabichvili, Deleuze. Una filosofía del acontecimiento
- Georg Simmel, Intuición de la vida
- Gilbert Simondon, "La individuación a la luz de las nociones de forma y de información"
- Georg Simmel, "La aventura", en Sobre la aenvura. Ensayos de estética.
- Gilles Deleuze, "La inmanencia: una vida"
- Daniel Colson, Pequeño léxico filosófico del anarquismo
1 comentario:
Confieso que he quedado pasmada por cada uno de los pensamientos vertidos en tu artículo.
¡Cuanto que descubro, cuánto por leer!
...Sólo sé que no sé nada...(si creemos en lo absoluto. Pero es absoluto el absoluto?¿a qué obedece la frase "sólo sé que no sé nada"cuando la digo yo y no cuando la dice Sócrates...¡Salvando las distancias!)
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